viernes, 24 de agosto de 2012

Leonardo Sbaraglia y Eleonora Wexler: El amor tiene cara de mujer. hoy se estrena "Cock".



Hombre se enamora de hombre. Luego, hombre se enamora de mujer. En este cuento no importan los nombres y no importan los géneros. Acá se narra el amor más allá de los cuerpos y de las categorías. Amar como un verbo sagrado que no distingue femenino o masculino. Leonardo Sbaraglia y Eleonora Wexler se entregan desde hoy, en La Plaza, a un texto intenso del inglés Mike Barlett: Cock , con dirección de Daniel Veronese. Como Romeo y Julieta, enfrentan a otros Montescos y a otros Capuletos que no son más que las convenciones sociales y las cadenas autoimpuestas. “Hablamos de la libertad”.
Libertad ya desde los camarines. Tanta que invitan a que la entrevista se desarrolle en el piso, sin sillas ni mesas. Ella prefiere la luz incandescente, él la de baja intensidad “porque a menos luz, más misterio”. A más de 25 años de carrera cada uno, la cuestión, con o sin sillas, es hablar de la intensidad que uno intenta atravesar en la adultez: “En cierto momento hay que salir a buscar los peces que viven en las profundidades, y ya no los de la superficie, ¿no?”, propone Sbaraglia.
Pasaron 15 años desde el primer y único encuentro laboral. Epocas de El garante , la ficción que protagonizaba Lito Cruz. Para ese entonces, casualmente, eran pareja de ficción, aunque fuera del set cada uno cargaba con inseguridades propias de la juventud: “Yo era más tensa, más exigente, pero no desde un buen lugar. Ahora aprendí a soltar y a no tomarme tan en serio. El que era serio era Leonardo, y yo me preguntaba, ¿seguirá siendo así?”, suelta Wexler. “Yo era más tímido. Me costaba más conectarme. Estaba más pendiente de que me tomaran en serio que otra cosa y uno en eso se pierde la vida”, juzga. “La experiencia de vivir tantos años en España me enseñó el borrón y cuenta nueva. Si uno no capitaliza los años, ¿Para qué crece, no?”.
Crecidos, le ponen el pecho a Juan y a M (Juan es el único personaje de los cuatro que tiene nombre. El resto del elenco lo integran Diego Velázquez y Jorge D’Elía). Juan es homosexual y tiene pareja, pero un día descubre el amor de una mujer y se dirime entre dejar las categorías de lado o continuar con los rótulos a los que uno se somete ya desde la crianza.
¿La obra viene a dar cuenta de la existencia de los grises? Como si quisiera hablar del amor ya no como blanco o negro, sino en sus infinitas posibilidades...
Sbaraglia: Exacto. Hay grises y otros colores. Lo personal que habita en cada quien. Se refiere a cómo la sociedad establece el modo de relacionarse, los límites, los roles que se asignan a cada uno. Uno se acomoda en esos roles y pierde la tridimensionalidad de los vínculos. Uno se puede acercar a una persona porque es persona, independientemente de ser hombre o mujer. Igualmente, la obra usa el género y la homosexualidad o heterosexualidad como excusa.
Wexler: Hablamos de aprender a ser libres. De encontrarnos con nuestros propios deseos, de la entrega, de la imposibilidad de elegir cuando se está atrapado en un lugar. Y también del lugar de los padres que crían como pueden, imponiendo estructuras.
La eterna necesidad de categorización de las cosas...
Sbaraglia: Eso, cómo a uno lo llenan de armas en la vida. El tema es si esas armas que los padres nos dan van a servir para defendernos o van a servir como obstáculos o escudos.
Wexler: Hay algo especial de esta obra que toca a padres y a hijos. Vinieron al ensayo nuestros padres y se quebraron. Es una modalidad de Veronese curtir al actor con público en los ensayos. Y los padres lloraban...
Sbaraglia: Mi madre, como actriz (Roxana Randón), está acostumbrada. Pero a mi padre lo vi pocas veces llorar de esa forma. Se ve que hay algo de la obra que habla de cómo nos van construyendo los padres. Y de cómo nos enseñan a amar.
¿Y cómo se exploran en la historia las relaciones de poder y sometimiento en una pareja?
Sbaraglia: Hay un sometido, mi personaje, y uno que da instrucciones (Velázquez). Como si uno no supiera quién ser y qué sentir, y ahí está el drama. El esperar la aprobación del otro. Mi personaje es el único que tiene nombre y, paradójicamente, es el que más problemas de identidad sufre.
Wexler: Mi personaje, M, no sabe al principio que él es homosexual. Viene fracasando en el amor, se divorció, y se enamora de alguien diferente. Imaginate para una mujer lo increíble que es hacerle descubrir a un hombre un mundo...
Sbaraglia: Más allá de que ella sea mujer, lo que encuentra él en esta relación es un detonante a la confianza. Ella le hace sentir la confianza que su pareja, no. Bueno, el amor mismo: cuando uno es amado, se siente más hermoso e inteligente que nunca. ¿No?
Remarcan las críticas internacionales el adjetivo “provocadora”. ¿En qué sentido consideran provocadora esta pieza?
Sbaraglia: No es provocadora desde lo procaz. No va a los talones del espectador, pero provoca cuando habla de los sentimientos. Lo original es que hace años se contaba eso de que un heterosexual en pareja descubre su homosexualidad. Acá el distintivo está dado porque es al revés. Un instrumento nuevo. Y una metáfora hermosa: aprender a confiar en lo que uno desea, por más estrafalaria que sea esa decisión. La felicidad de uno no tiene por qué generar infelicidad en los otros.
Piensan en la cercanía del estreno y admiten “miedo”. El confiesa que esa instancia suele traerle “pesadillas”, y ella se repite detrás del escenario la misma frase: “¿ Para qué me metí en esto ?”. El interrogante, claro, se diluye en segundos. “Salís a la cancha y ese día estás dispuesto a matar a cien toros”, se ríe él, que lleva a cuesta un libro de Peter Brook, el mismo director que avisa que “si una obra confirma todo aquello en lo que ya creíamos, no nos sirve para nada”.
Otra vez a escena. El agua del esfuerzo les cae por la frente y ellos escarban y escarban en el texto. Porque como dice Sbaraglia, a esta edad ya no se conforman con los peces de la superficie. Ahora salen a pescar en la profundidad.  fuente Clarin.com

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